![]() |
Via |
Desapareció
entre la niebla, dejándome allí tirado, agotado, sin fuerzas. Quise levantarme
y regresar al bar, pero mi cuerpo no obedecía mis demandas. Mientras la humedad
del ambiente empapaba mi ropa y mi cabello, yo apenas podía respirar. Coger
aire y expulsarlo se convirtió en una acción consciente en la que tenía que
concentrar mis fuerzas. Inspirar, expirar. Inspirar, expirar. Expirar. Expirar.
Expirar.
Desperté
empapado y desorientado, pero con una motivación que jamás antes había
experimentado. Reorganicé las escasas fuerzas que me quedaban para subsistir en
aquel incipiente amanecer, para llenar el vacío de mi interior. En mi vida
había sentido tal desazón, tal ansiedad, tanto temor… Sino llenaba aquel vacío
algo terrible me ocurriría.
El
hedor de un muchacho que se acercaba me hizo levantarme de un salto. En cuanto
dio un paso hacia el callejón me abalancé sobre él, desesperado por llenar el
vacío. Necesitaba la ayuda de otro ser humano para poder reponerme.
De
algún modo, mi cuerpo supo lo que debía hacer. Era yo quién obedecía las
demandas de mi biología en lugar de dominarla con mi mente racional. Sacié mi
vacío con su sangre. Llené mi ansia a mordiscos desgarradores. Alimenté al
monstruo en el que me había convertido hasta absorber la última gota de vida que
ese joven, de ojos vidriosos, poseía hasta adentrarse en el callejón.
Me
limpié con su ropa y adecenté mi imagen cuanto me fue posible. Su gorra me
ayudaría a pasar desapercibido ante el resto de hombres, mujeres y niños que ya
caminaban hacia las diferentes industrias en las que, personas como yo, les
explotábamos a cambio de un colchón más cómodo.
Siempre
había sido un monstruo. Mentiría si reconociera haber sentido lástima por aquellos
niños que convertían en tejido mis barcos de algodón, los hombres que manejaban
la peligrosa maquinaria o las mujeres que elaboraban caras toneladas de tela de
la que solo yo me beneficiaba. Del mismo modo, mentiría si reconociera haber
sentido lástima por ese muchacho.
En
ocasiones, uno debe hacer lo necesario para sobrevivir y yo nunca había tenido
reparos en escalar montañas de cadáveres para alcanzar el sol más candente. Me
gustaría decir que ese día fue diferente, pero haciendo honor a la verdad, no
puedo.
No
hubo un antes y un después en la necesidad de sangre. Solo un cambio de hábito.
Una adaptación más hacia la supervivencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario